miércoles, 30 de mayo de 2012

El paraíso imperfecto

Por: Augusto Monterroso

-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

martes, 29 de mayo de 2012

El dedo

Por: Feng Meng-lung
  
Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

lunes, 28 de mayo de 2012

Las uñas

Por: Jorge Luis Borges


Dóciles medias los halagan de día y zapatos de cuero claveteados los fortifican, pero los dedos de mi pie no quieren saberlo. No les interesa otra cosa que emitir uñas: láminas córneas, semitransparentes y elásticas, para defenderse ¿de quién? Brutos y desconfiados como ellos solos, no dejan un segundo de preperar ese tenue armamento. Rehúsan el universo y el éxtasis para seguir elaborando sin fin unas vanas puntas, que cercenan y vuelven a cercenar los bruscos tijeretazos de Solingen. A los noventa días crepusculares de encierro prenatal establecieron esa única industria. Cuando yo esté guardado en la Recoleta, en una casa de color ceniciento provista de flores secas y de talismanes, continuarán su terco trabajo, hasta que los modere la corrupción. Ellos, y la barba en mi cara.

viernes, 25 de mayo de 2012

A su imagen y semejanza.

Tarde en la noche, se podía escuchar a los Dioses llorando, arrepintiéndose de sus creaciones y preguntándose ¿qué habían hecho mal? y ¿por qué nada nunca les salia bien?

jueves, 24 de mayo de 2012

Un cuento corto sobre un sueño llamado: Libertad

Por: Ángel Collado Ruiz

Soñaba que gritaba: libertad, libertad, libertad. Mientras el llanto me empapaba el pecho, desperté de pronto sobresaltado, tarde unos minutos en reponerme, no estaba llorando, aún era de madrugada, abrí despacio la ventana de mi habitación, contemple la ciudad dormida, las casa de mis vecinos, sus autos estacionados, los juegos de los niños por los jardines, el sillón que utiliza mi anciana vecina para leer sus periódicos del día.
Me acorde de aquellos, tan lejos, tan solos y comencé a gritar como un loco: libertad, libertad, libertad y el llanto brotó. 



miércoles, 23 de mayo de 2012

martes, 22 de mayo de 2012

Historia -de un cronopio

Por: Julio Cortázar


Un Cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. 

Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta. 

lunes, 21 de mayo de 2012

viernes, 18 de mayo de 2012

Tranvía


Por: Andrea Bocconi

Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos", pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: "¿Y los niños, con quién van a quedarse?"

jueves, 17 de mayo de 2012

La alondra y la libertad

Por: Ana Delia Mejía

Érase una bella alondra que había pasado toda su vida encerrada en una jaula, y, aunque la jaula era linda y amplia y siempre estaba limpia, la alondra no era feliz.

Sentía el tiempo pasar por su frágil cuerpo, podía adivinar a la muerte aproximándose y no comprendía su propia infelicidad. ¿Por qué serlo teniendo maíz y agua fresca con que saciarse todos los días, un amo dedicado que le susurraba con cariño y a quien regalarle su dulce canto; en fin, un hogar?

No obstante, algo en su interior le gritaba que había más… Una mañana, cuando su amo abrió, como de costumbre, la jaula para asearla y reemplazar las vasijas vacías por otras llenas; obedeciendo a un impulso incontrolable, casi brutal, picoteó con fuerza la mano del niño y, aprovechando que este retrocedió inducido por el miedo súbito que le había provocado aquel extraño comportamiento, batió las alas y se elevó. Vio al pequeño patio quedar atrás y sintió el frío impacto del viento.

Una fuerza desconocida la impulsó a mover las alas con más fuerza. Se dio cuenta de que eso la hacía volar más alto, así que siguió elevándose sin importarle el cansancio que empezaba a apoderarse de ella. ¿Cómo podría importarle? Era feliz.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El perro que deseaba ser humano


Por: Augusto Monterroso 

En  la casa de un rico mercader de Ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo había un Perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano , y trabajar con ahínco en esto.

Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad sobre dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de de ser un hombre, excepto or el hecho de que no mordía, no movía la cola cuando encontraba a algún coocido, daba res vuelas antes de acostarse, salivaba cunado oía las campanas de la iglesia y por las noches se subía a una barda a germir viendo a la luna.

martes, 15 de mayo de 2012

Pantera en jazz

Por: Carlos Fuentes

When Joshua fit the battle of Jericho



El hombre tiene que apresurarse si quiere checar al filo de las nueve. Este día, en especial, despierta amodorrado, se baña y ya ha resuelto su desayuno. Hay tres  piezas  en  su  apartamento:  la  estancia  con  un  sofá  color  limón  donde duerme,   un   anaquel   repleto   de   novelas   a   la   rústica   (lujo   de   collegeboy norteamericano),  la  alfombra  de  hebras  arrastrándose  inerte  hasta  el  otro extremo, donde está la puerta, junto a un pequeño escritorio hosco, y dos o tres sillas chippendeleznables. Reproducciones nítidas y policromas se ahorcan en la pared:  cuadritos  de  marcos  losados  con  hojas  de  indian  summer  y  frutas acogolladas. El otro cuarto es la cocina, pulida y reluciente, blanca de porcelana y aluminio, con platos holandeses suspensos al mosaico blanco. La estufa y la nevera.  Y  la  última  pieza  es  el  baño,  herméticamente  cerrado  por  una  puerta verde con la manija de cobre.
Hoy, el hombre lee el diario al mismo tiempo que escucha un gruñido tras la   puerta   del   baño.   Los   encabezados   anuncian   atrevidamente,   con   tintas oscuras: una pantera negra se ha escapado del zoológico; todos los ciudadanos, según  parece  (y se recomienda), deben ponerse en guardia contra esta salvaje pantera; puede estar en cualquier parte: sí, allí, junto a usted.
El rugir en el baño se repite. Pero el hombre ya se ha lavado los dientes y son las ocho y media. Todo lo que puede hacer es correr fuera del local.



Bingo bango bongo I don’t want to leave the Congo



(La oficina pedaleaba un fandango espontáneo y crujiente de apuntadores Remington  y  escenario  de  cemento  y  vidrio.  Tronaban  puertas  y  abofeteaban máquinas, mascaban chicle y bebían agua en endebles copitas de papel y daban órdenes y las recibían y estornudaban y pedían permiso y bajaban las persianas y las volvían a subir y leían novelas de crimen (¿quién lo hizo?) escondidas tras de un parapeto de papel amarillo e importante y suspiraban y cuchicheaban y comían  sandwiches  de  jamón  y  pieles  y  gorgoteaban  botellas  efervescentes  y




bajaban  las  persianas  otra  vez  y  tictaqueaban  un  poco  y  siesteaban  otro  y  se arreglaban  las  medias  y  regían  las  corbatas  y  salían  a  la  avenida  zumbante llenos de espíritu y felices de estar  ocupados, de trabajar, de poseer escritorio propio.)



For sentimental reasons.



El  hombre  tiene  cierta  aversión  hacia  «casa»  esta  noche.  Entra  a  un  bar  y  ahí encuentra  a  una  divorciada  eufórica  y  cuarentona  que  conoce:  una  estola  de mink colgándole de un hombro, olor a jacinto bravo y la expresión nerviosa de tic  en  su  boca  violeta.  Ella  le  cuenta  la  saga  heroica  del  número  tres  y  cómo dormía  con  una  tabla  entre  los  dos  en  el  lecho  tibio  y  cómo  lo  divorció  (a quicky, too) por crueldad mental y, claro, la crueldad no fue mental sino glútea cuando  una  noche  se  rasgó  (ella,  claro)  el  negligeé  y  el  cutis  con  un  clavo  al estar  soñando  en  este  o  aquel  astro  de  cine  e  indemnización  y  alimentos  y habeas corpus tu abuela, iiiiiiii, y qué iba a hacer todo solito esta noche, y otra vuelta, Gus, y iiiiiiiii.
Entonces llegan al apartamento y la mujer  se derrumba de golpe sobre el sofá  cama,  y  empieza  a  cantar  villancicos  mientras  él  mezcla  un  coctel  y  las luces  de  la  calle  se  filtran  de  cebra  al  cielo  raso.  Entonces  ella  escucha  un gruñido.



Lookie lookie lookie here comes cookie



Se levanta y dice que ya está oyendo cosas y más le valdría irse a casita. Pero él no la deja, después de venir todo el camino hasta acá, y ella fue la de la idea, además.  Pero  la  mujer  dice  que  siente  el  rugir  otra  vez  y  su  maquillaje  se empieza a arrugar; él le dice que está borracha, y ella lo vuelve a escuchar como una clarinada y decide abrir la puerta y ver con sus propios ojos. El hombre se abalanza frente a ella, la cachetea y la empuja a la puerta de salida. Tira detrás de la mujer el mink viejo y avienta la puerta a su marco. Piensa: qué limpio y brilloso estaba el lugar  (el desenfado de los ingleses) y cómo esta mujer lo ha rociado  de  colillas  agonizantes  embarradas  de  morado.  Aquí sintió el padpad de unas patas acojinadas en la puerta del baño y empezó a discurrir en torno a la  posibilidad:  algo  o  alguien  está  en  mi  baño.  ¿Cómo  puede  algo  o  alguien introducirse en mi baño? Este lugar era tan seguro, pagaba un poco más de lo normal por él, y estaba situado en el barrio más selecto: por lo menos eso era lo que él pensaba y lo que el anuncio —el anuncio— decía. De manera que si algo, o alguien, estaba en su cuarto de baño —destruyendo sus lociones, babeando su pasta dental - no habia seguridad; el aviso del
periódico  mentía;  no  hay, seguridad, y lo único que él anhelaba después de un día de trabajo era confort, confort  y  seguridad,  y  no  un  baño  lleno  de  bichos  molestos  y  ruidosos  y  sin respeto alguno hacia la vida privada de los ciudadanos.
Pero antes de arriesgarse con el dueño, tiene que pensar un poco: el ruido en el baño. No hay manera de entrar ahí, como no sea llegando por la puerta principal.  No  hay  ventanas  en  el  baño.  La  cosa  necesita  haber  entrado  por  la planta  baja,  subido  las  escaleras,  abierto  la  puerta  del  apartamento.  Debe haberse  arrastrado  por  la  sala  hasta  llegar  a  la  puerta  del  baño;  la  abrió,  se introdujo en el cuartito y cerró la puerta. Pero entonces él estaba en su regadera alrededor  de  las  siete  cuarenta  y  cinco,  lo  cual  significaba  que  la  cosa  no  se había colado durante la noche, lo natural; en consecuencia, debe suponerse que entró mientras el hombre preparaba el desayuno, en la cocina. Ésta era la única explicación posible, la única explicación posible, la única explicación posible.
Se embute hipnotizado entre las sábanas frías y trata de olvidar el asunto. No osa imaginarse a la pantera. En el curso de la noche, sin embargo, escucha una  garra  de  terciopelo  arañar  la  puerta  pintada  —¡recién  pintada!—  y  siente horrible  imaginándose  a  un  ser  desconocido  que  destruye  su  habitación,  tan arreglada,  y  siente  miedo  de  siquiera  pensar  en  la  cosa  tirada  ahí.  Y  aunque tolera esta tortura, nunca puede, nunca podrá, abrir la puerta fresca y pintada del baño.
(La mañana siguiente se lavó en la cocina y desayunó en un restorán. No podía concentrarse —o alguna postura para los subordinados— en la oficina, y todo el día clavó la mirada en el papel blanco ensartado en la máquina mientras los demás clavaban su mirada en él. Se fue temprano a casa arguyendo dolor de algo  y  se  sentó  en  el  couch  aguardando  cualquier  rumor  de  la  cueva  del mosaico.   Sentado en  el filo de la cama amarilla escuchó las pisadas intermitentes en la escalera y los murmullos y chillidos de la   calle,  pero  el cuarto  cerrado  permaneció  silente.  Alguien  —una  niñita—  empezó  a  tocar escalas y cancioncillas, sin orden, con la voz de una ratita, en el piso de bajo, y el hombre se durmió.)

My heart belongs to daddy

No  ha  pasado  una  quincena  desde  la  primera  señal  de  la  pantera  cuando  el hombre presenta su renuncia en la oficina y penetra los óvulos de laberinto seda del  bar  rococó.  Bajo  un  plafón  de  fibracel  encuentra  a  su  vieja  amiga,  la divorciada,  sorbiendo  martinis  acompañada  por  un  calvo  obeso.  ¡Ahí  está, vocifera ella, el toughguy, el que patea damas y las lanza solas a los callejones oscuros y solitarios, y empieza a ronronear como un gato y tiene su piso lleno de  olores  raros  y  ruidos  feos!  ¡Ahora  es  cuando  lo  deberían  correr  a  él,  a patadas, que se largue a roncar como micifuz debajo de su
mueblote amarillo!
¡Y no te quedes así, Billy, pégale, él me pegó también, ahora vuelve todo, antes no  me...  él  también  me  pegó,  así,  con  el  puño  cerrado,  pazzzz!  ¡Ah,  no  vas  a hacer  nada,  pues  aquí  tienen  hombrotes  grandes  que  rebotan  borrachos  y ladrones, y a los que maltratan señoras y después quieren robarles la bolsa: hey, bótenlo,  córranlo,  quiso  robarme  la  cartera!  ¡Cóoorranlo!...  ¿Qué  no  es  este  el tipo  que  corrieron  hoy  de  la  oficina?...  ¡Ése  es,  lo  largan  de  todas  partes, pateando  y  golpeando  señoras,  y  estafando  y  robando  y  con  su  casa  llena  de diosabequé!...  ¡vago,  desocupado,  peinaplayas!...  Entonces  cae  de  cara  contra  la acera  helada  y  se  sueña  corriendo  mientras  todos  los  porteros  y  choferes  lo observan sonrientes, y deja su sombrero en una alcantarilla.

Animal crackers in my soup

(El hombre no podía abrir la puerta) y los gemidos y el gruñir son cada día más penetrantes. No puede encontrar una salida. No hay adonde ir, huyendo de este monstruo  invisible.  Sólo  queda  el  apartamento  sucio,  y  se  abraza  a  la  pared junto a la puerta del baño y siente el corazón latir y la cabeza nadar mientras los arañazos truenan en sus orejas empapadas de sangre, martillean allí, sin piedad. Ningún lugar, ni bar, ni oficina. Nada, sólo la niñita tocando escalas y cantando rimas un piso abajo. El hombre corre temblando fuera de su habitación, toca el timbre  cacofónico  y  el  piano  se  detiene  monótonamente,  sin  la  conciencia  de una  rúbrica;  la  niñita  abre  la  puerta.  ¿Hay  alguien  con  ella?  No,  está  sola cuidando la casa mientras su mamá juega bridge pero pronto estará de vuelta así que llama otra vez ella tiene que practicar. El hombre le ofrece unos dulces que  no  están  allí.  La  niñita  lo  empieza  a  mirar  con  sospecha.  Él  la  agarra  del brazo,  le  tapa  la  boca  sofocada  y  sale  con  la  niña  del  vestido  almidonado prendida  a  su  pecho,  sube  las  escaleras  y  cierra  de  un  portazo.  Rápidamente abre la puerta del baño y empuja con todas sus fuerzas a la muñeca blanda.
Se taponea los oídos para no escuchar los chillidos destemplados, para no escuchar los gruñidos, y la boca babeante y lengüeteante.
¡El  animal,  la  pantera  aterciopelada  ¿de  ojos  verdes?,  estaba  ahí!  Da  dos vueltas a la llave y sale tiritando a las calles y se queda en ellas toda la noche, vagando.  ¿Cómo  puede  la  pantera  vivir  sin  comer,  nada  más  bebiendo  del excusado?  Ahora,  en  vez  de  dejarla  morir  de  hambre,  le  ha  ofrendado  a  la muchachita rosa regada de listones azules. Cuando amanece, va al carpintero y lo lleva a clavetear la puerta del baño. Llegan juntos al apartamento y cuando el carpintero se hinca a clavar las tablas, recarga su mano en el suelo y la moja en un  hilo  pegajoso  y  carmín.  Se  lo  dice  al  hombre.  Éste  tiembla  e  insulta  al carpintero, que se largue del lugar. Cae sollozando junto a la pared cuarteada de telaraña y ampollas y se levanta ciego a la cocina para convertir los platos y

la porcelana en polvo blanco. Otra vez, se embarra a la pared gris junto al baño. Ya  no  se  escuchan  los  lamentos  de  la  pantera:  ahora  está  llena  y  contenta, mientras  la  sangre  riega  el  tapete.  Él  encontró  petróleo  y  empezó  a  tallar  la mancha de la alfombra hasta traspasarle un hoyo.
Oía movimiento y conmoción en el piso de abajo: sería la madre gritando a los  vecinos,  o  la  policía  buscando  a  la  niña.  Él  arañaba  el  muro  arrugado, mientras la sangre seguía corriendo desde el azulejo empapado del baño.
Entonces  olfateó  un  sueño  hediondo  y  escuchó  el  gemido  del  animal, temblando  sigilosamente  mientras  toda  aquella  existencia  enervante  rondaba con su fetidez enjaulada hasta el último poro de hombre o mueble. Nada podía ocurrir,  sólo  que  él,  el  hombre,  se  tornara  en  bestia  también,  bestia  capaz  de cohabitar con la otra, siempre invisible, bestia en el baño.

And the walls come tumblin’ down

Cuando  la  luna  nadó  a  través  de  los  cristales,  el  hombre  despertó.  Estaba sentado en el suelo, cerca del charco de sangre. La pantera hambrienta comenzó a  lamentarse  de  nuevo  y  a  rondar  y  a  rugir  alrededor  del  baño.  Entonces  el hombre  arañó  la  pared,  arañó  su  cuerpo  y  sintió  su  brazo  desnudo  grueso  y aterciopelado y sus uñas convirtiéndose en garras de clavo y algo como caucho ardiente  tostando  su  nariz  y  todo  su  cuerpo  un  torso  desnudo,  trémulo  y peludo,  y  sus  piernas  acortándose  al  reptar  sobre  el  tapete  para  arañar  las almohadas  y  destrozarlas  y  entonces  esperar  y  esperar  mientras,  sin  duda, pisadas cautelosas ascendían la escalera con el propósito de tocar en su puerta.

lunes, 14 de mayo de 2012

Regreso al hogar


Por: Franz Kafka 

Al regresar atravieso el zaguán y miro alrededor. Es el viejo cortijo de mi padre. El charco en el medio. Entremezclados objetos viejos e inservibles cierran el paso hacia la escalera del granero. El gato acecha desde el balcón. Un trapo desgarrado, atado alguna vez a una barra, mientras alguien jugaba se agita al viento. He llegado. ¿Quién me recibirá?. ¿Quién espera tras la puerta de la cocina?. La chimenea humea, están preparando el café para la cena. ¿Sientes la intimidad? ¿Te encuentras como en tu casa?. No lo sé, no estoy seguro.

Es, la casa de mi padre, pero todos están uno junto al otro, fríamente, como si estuviesen ocupados en sus asuntos, que en parte he olvidado y en parte no he conocido jamás. ¿De qué puedo servirles, qué soy para ellos, aún siendo el hijo de mi padre, el hijo del viejo propietario rural?. Y no me atrevo a llamar a la puerta de la cocina, y sólo escucho desde lejos, sólo desde lejos, tenso sobre mis pies, pero de manera tal que no me puedan sorprender escuchando. Y porque escucho desde lejos no oigo nada, salvo una leve campanada de reloj, que quizá sólo creo oír llegándome desde los días de la infancia. Lo que, además, ocurre en la cocina es un secreto que los que allí están sentados me ocultan. Cuanto más se duda ante la puerta, más extraño se siente uno. ¿Qué tal si ahora alguien la abriese y me hiciese una pregunta? ¿Acaso yo mismo no estaría entonces como alguien que quiere ocultar su secreto?

jueves, 10 de mayo de 2012

Paquito

Por: Salvador Díaz Mirón

Cubierto de jiras,
al ábrego hirsutas
al par que las mechas
crecidas y rubias,
el pobre chiquillo
se postra en la tumba,
y en voz de sollozos
revienta y murmura:
«Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».

Y un cielo impasible
despliega su curva.

«¡Qué bien que me acuerdo!
La tarde de lluvia;
las velas grandotas
que olían a curas;
y tú en aquel catre
tan tiesa, tan muda,
tan fría, tan seria,
y así tan rechula!
Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».

Y un cielo impasible
despliega su curva.

«Buscando comida,
revuelvo basura.
Si pido limosna,
la gente me insulta,
me agarra la oreja,
me dice granuja,
y escapo con miedo
de que haya denuncia.
Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».

Y un cielo impasible
despliega su curva.

«Los otros muchachos
se ríen, se burlan,
se meten conmigo,
y a poco me acusan
de pleito al gendarme
que viene a la bulla;
y todo, porque ando
con tiras y sucias.
Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».

Y un cielo impasible
despliega su curva.

«Me acuesto en rincones
solito y a obscuras.
De noche, ya sabes,
los ruidos me asustan.
Los perros divisan
espantos y aúllan.
Las ratas me muerden,
las piedras me punzan...
Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».

Y un cielo impasible
despliega su curva.

«Papá no me quiere.
Está donde juzga
y riñe a los hombres
que tienen la culpa.
Si voy a buscarlo,
él bota la pluma,
se pone muy bravo,
me ofrece una tunda.
Mamá, soy Paquito;
no haré travesuras».

Y un cielo impasible
despliega su curva.

miércoles, 9 de mayo de 2012

martes, 8 de mayo de 2012

Elena Poniatowska


(Elena Poniatowska Amor; París, 1932) Narradora y ensayista mexicana de origen francés creadora de un rico mundo de ficción, relacionado siempre con los acontecimientos, movimientos sociales y personajes del México contemporáneo; en su labor periodística intentó aplicar las técnicas del nuevo periodismo norteamericano.
Integrante de una antigua familia de la nobleza polaca (y sobrina de la legendaria poeta Pita Amor), nació en Francia, llegó a México con diez años de edad y obtuvo la ciudadanía muchos años después, en 1969. Tras estudiar en su país de adopción y en Estados Unidos, en 1953 inició su carrera como periodista, profesión que ejerció siempre y le sirvió de punto de partida para varias de sus obras testimoniales. Por esa época se unió a la causa feminista y a la izquierda política.

A lo largo de su trayectoria cultivó variados géneros: novela, ensayo, testimonio, crónica, entrevista y poesía. Todos sus libros guardan una constante temática y configuran un entramado que da cuenta del presente mexicano: se centran en la sociedad, las relaciones entre hombres y mujeres, el trabajo y el desempleo, el prevaleciente racismo, las costumbres y tradiciones del país, las tragedias nacionales (como el terremoto de 1985) o el papel de la mujer.

Lilus Kikus (1954) fue su obra inaugural, escrita bajo la tutela de J. J. Arreola. En 1963, con ilustraciones de Alberto Beltrán, publicó Todo empezó el domingo, reunión de relatos-crónicas acerca de la vida dominical de los habitantes de la ciudad. Hasta no verte Jesús mío (1969) es el divertido relato costumbrista de las peripecias de una empleada doméstica.

La noche de Tlatelolco (1971) ofrece un brillante ejercicio periodístico sobre la matanza de estudiantes ocurrida el 2 de octubre de 1968 en la ciudad de México. En Querido Diego, te abraza Quiela (1978), recrea la relación entre los pintores Diego Rivera y Angelina Beloff. De noche vienes (1979) es una amena fábula sobre una mujer polígama. Con Tinísima (1992) rindió homenaje a la fotógrafa de origen italiano Tina Modotti. También dedicó ensayos a Gabriel Figueroa, Juan Soriano y Octavio Paz.

Su obra trasunta un carácter activo, que incita al cambio e invita a una toma de conciencia sobre los desposeídos, los niños de la calle y las mujeres, entre múltiples y significativos grupos humanos de la realidad contemporánea mexicana. Con La piel del cielo (2001) obtuvo en España el premio Alfaguara de Novela. En 2005 se publicó El tren pasa primero; con esta novela, que tiene como protagonista a un líder sindical ferroviario, Elena Poniatowska se hizo merecedora del XV Premio Internacional Rómulo Gallegos (2007). En 2011, la escritora obtuvo el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral por su novela Leonora, sobre la vida de la pintora Leonora Carrington.



Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/poniatowska_elena.htm

Las Lavanderas


Por: Elena Poniatowska


En la humedad gris y blanca de la mañana, las lavanderas tallan su ropa. Entre sus manos el mantel se hincha como a medio cocer, y de pronto revienta con mil burbujas de agua. Arriba sólo se oye el chapoteo del aire sobre las sábanas mojadas. Y a pesar de los pequeños toldos de lámina, siento como un gran ruido de manantial. El motor de los coches que pasan por la calle llega atenuado; jamás sube completamente. La ciudad ha quedado atrás; retrocede, se pierde en el fondo de la memoria.

Las manos se inflaman, van y vienen, calladas; los dedos chatos, las uñas en la piedra, duras como huesos, eternas como conchas de mar. Enrojecidas de agua, las manos se inclinan como si fueran a dormirse, a caer sobre la funda de la almohada. Pero no. La terca mirada de doña Otilia las reclama. Las recoge. Allí está el jabón, el pan de a cincuenta centavos y la jícara morena que hace saltar el agua. Las lavanderas tienen el vientre humedecido de tanto recargarlo en la piedra porosa y la cintura incrustada de gotas que un buen día estallarán.

A doña Otilia le cuelgan cabellos grises de la nuca; Conchita es la más joven, la piel restirada a reventar sobre mejillas redondas (su rostro es un jardín y hay tantas líneas secretas en su mano); y doña Matilde, la rezongona, a quien siempre se le amontona la ropa. – Del hambre que tenían en el pueblo el año pasado, no dejaron nada para semilla.

– Entonces, ¿este año no se van a ir a la siembra, Matildita?

–Pues no, pues ¿qué sembramos? ¡No le estoy diciendo que somos un pueblo de muertos de hambre!

– ¡Válgame Dios! Pues en mi tierra, limpian y labran la tierra como si tuviéramos maíz. ¡A ver qué cae! Luego dicen que lo trae el aire.

– ¿El aire? ¡Jesús mil veces! Si el aire no trae más que calamidades. ¿Lo que trae es puro chayotillo!
Otilia, Conchita y Matilde se le quedan viendo a doña Lupe que acaba de dejar su bulto en el borde del lavadero.

– Doña Lupe, ¿por qué no había venido?

– De veras doña Lupe, hace muchos días que no la veíamos por aquí.

– Ya la andábamos extrañando.

Las cuatro hablan quedito. El agua las acompaña, las cuatro encorvadas9 sobre su ropa, los codos paralelos, los brazos hermanados.

– Pues ¿qué le ha pasado Lupita que nos tenía tan abandonadas?

Doña Lupe, con su voz de siempre, mientras las jícaras jalan el agua para volverla a echar sobre la piedra, con un ruido seco, cuenta que su papá se murió (bueno, ya estaba grande) pero con todo y sus años era campanero, por allá por Tequisquiapan y lo querían mucho el señor cura y los fieles. En la procesión, él era quien le seguía al señor cura, el que se quedaba en el segundo escalón durante la santa misa, bueno, le tenían mucho respeto. Subió a dar las seis como siempre, y así, sin aviso, sin darse cuenta siquiera, la campana lo tumbó de la torre. Y repite doña Lupe más bajo aún, las manos llenas de espuma blanca:

–Sí. La campana lo mató. Era una esquila, de esas que dan vuelta.

Se quedan las tres mujeres sin movimiento bajo la huida del cielo. Doña Lupe mira un punto fijo:

– Entonces, todos los del pueblo agarraron la campana y la metieron a la cárcel.

– ¡Jesús mil veces!

– Yo le voy a rezar hasta muy noche a su papacito…

Arriba el aire chapotea sobre las sábanas.


lunes, 7 de mayo de 2012

Por su fruta preferida

Helder Amos

Le gustaban tanto las manzanas, que a pesar de que odiaba a los niños, tenía poca paciencia y era muy mala explicando, decidió convertirse en maestra de primaria.

viernes, 4 de mayo de 2012

Golpe

Por: Pía Barros



Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe?
–Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.
El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.

jueves, 3 de mayo de 2012

Ladrón de sábado

Por: Gabriel García Márquez

Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche. Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli, su niña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana y gozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado- no regresa de su viaje de negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se pone los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino de la cava y que ponga algo de música para cenar, porque sin música no puede vivir.

A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy alejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de Hugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las noches, sin falta. Hugo es su gran admirador y. mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla, pero ya es tarde porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento. Sin embargo, ha habido una equivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres.

A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, en su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se sorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de cuentas, es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad.

En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso pero Ana inventa que la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo. Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior, mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente se queda dormida. Rendidos, terminan tirados en un sillón de la sala.

Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana se resiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no se metan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo mira alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le dice, mirándole muy fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón de sábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Imaginación y destino


Por: Augusto Monterroso

En la calurosa tarde de verano un hombre descansa acostado, viendo el cielo, bajo un árbol; una manzana cae sobre su cabeza; tiene imaginación, se va a su casa y escribe la Oda a Eva.




martes, 1 de mayo de 2012

Historia verídica

Por: Julio Cortázar 

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.

Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.