viernes, 30 de marzo de 2012

Rutina

Por: Verónica Maldonado Carrasco


Llegó. Arrojó su sombrero sobre el sillón.
Esa era su rutina diaria. El día que no lo hizo, comprendió su inutilidad ... y quemó el sombrero. 

Ahora arroja su bufanda.

jueves, 29 de marzo de 2012

En contra de toda expectativa

Por: Dagoberto Espinoza

Y en contra de todo pronóstico, contradiciendo todas las expectativas, el hombre que acababa de perder una pierna se puso a saltar en una pata, de pura alegría.

miércoles, 28 de marzo de 2012

El fracaso


Por: Anton Chejov 

Ilia Sergeich Peplov y su mujer, Cleopatra Petrovna, escuchaban junto a la puerta con gran ansiedad. Al otro lado, en la pequeña sala, se desarrollaba, al parecer, una escena de declaración amorosa. Su hija Nataschenka se prometía en aquel momento con el profesor de la Escuela Provincial, Schupkin.
-Parece que pica -murmuraba Peplov, temblando de impaciencia y frotándose las manos-. Mira, Petrovna... Tan pronto como empiecen a hablar de sentimientos, descuelgas la imagen de la pared y entramos a bendecirlos... Quedarán cogidos. La bendición con la imagen es sagrada e irrevocable... Ni aunque acuda al juzgado podrá ya volverse atrás.
Al otro lado de la puerta estaba entablado el siguiente diálogo:
-¡Nada de su carácter!... -decía Schupkin, frotando una cerilla en sus pantalones a cuadros para encenderla-. Le aseguro que yo no fui quien escribió las cartas.
-¡Vamos no diga!... ¡Como si no conociera yo su letra! -reía la damisela lanzando grititos amanerados y mirándose al espejo a cada momento-. La reconocí en seguida. ¡Y qué cosa tan rara!... ¡Usted, profesor de caligrafía y haciendo esos garrapatos!... ¿Cómo va usted a enseñar a escribir a otros si escribe usted tan mal?...
-¡Hum!... Eso no significa nada, señorita. En el estudio de la caligrafía lo principal no es la clase de letra..., lo principal es mantener sujetos a los alumnos. A uno se le pega con la regla en la cabeza..., a otro se le pone de rodillas... ¡Pero la escritura! ¡Pchs!... ¡Eso es lo de menos!... Nekrasov era un escritor y daba vergüenza ver cómo escribía. En sus obras completas viene una muestra, ¡qué muestra!, de su caligrafía.
-Sí..., pero aquel era Nekrasov, y usted es usted... -un suspiro-. ¡A mí me hubiera encantado casarme con un escritor! ¡Se hubiera pasado el tiempo haciéndome versos!
-También yo puedo hacerle versos si lo desea.
-¿Y sobre qué sabe usted escribir?
-Sobre el amor..., sobre los sentimientos.... ¡Sobre sus ojos!... Cuando los lea usted se quedará asombrada. ¡Le harán verter lágrimas! Dígame: ¿si yo le escribiera unos versos llenos de poesía me daría a besar su manecita?
-¡Vaya una tontería!... ¡Ahora mismo si quiere! Bésela.
Schupkin se levantó de un brinco y con ojos que parecían prontos a saltársele apretó sus labios sobre la mano gordezuela que olía a jabón de huevo.
-¡Descuelga la imagen! -dijo apresuradamente Peplov, dando un codazo a su mujer, palideciendo de emoción y abrochándose los botones de la chaqueta-. ¡Anda, vamos! -y sin perder un segundo abrió la puerta de par en par-. ¡Hijos! -balbució, alzando las manos y con lágrimas en los ojos-. ¡Que el Señor los bendiga! ¡Hijos míos!... ¡Vivan! ¡Sean fructíferos y multiplíquense!...
-¡Yo!... ¡También yo los bendigo! -dijo la madre, llorando de felicidad-. ¡Sean dichosos, queridos míos! ¡Oh!... -prosiguió, dirigiéndose a Schupkin-. ¡Me arrebata usted mi único tesoro!... ¡Quiera a mi hija! ¡Mímela!...
La boca de Schupkin se abrió de asombro y de susto. El asalto de los padres había sido tan inesperado y tan atrevido que no podía pronunciar una sola palabra.
«Me han cogido... Me han cogido... -pensó, preso de espanto-. Te ha llegado el fin, hermano... Ya no te escaparás...» Y sumisamente presentó su cabeza, como diciendo: «¡Tómenla..., estoy vencido!»
-¡Los... ben.., bendigo... -prosiguió el padre; y empezó a llorar también-. ¡Natascheñka!... ¡Hija mía!... ¡Ponte a su lado!... ¡Petrovna, trae la imagen!
Pero en aquel momento el llanto del padre cesó y su rostro se alteró con furia.
-¡Zoquete!... ¡Cabeza huera! -dijo, dirigiéndose con enfado a su mujer-. ¿Es ésta acaso la imagen?...
-¡Ay, Dios mío!... ¡Virgen Santísima!...
¿Qué había ocurrido?... El profesor de caligrafía levantó temerosamente los ojos y se vio salvado. En su precipitación, la madre había descolgado equivocadamente de la pared el retrato del literato Lajechnikov. El viejo Peplov y su esposa Cleopatra, con él entre las manos, no sabían en su azoramiento qué hacer ni qué decir. El profesor de caligrafía aprovechó el momento de confusión y huyó.

martes, 27 de marzo de 2012

Inocencia contra realidad

Por: Emanuel Sebastián Horacio Marín

Cuentan que un padre dirigía hacia las manos de su hijo los castigos más
brutales, estos siempre dejaban marcas y grandes dolores. Pero todo termino
el día que estos llegaron a su punto máximo. Algunos dicen que fue porque
rompió el tapizado de su auto y otros... en realidad esto no importa, lo que
importa es que los golpes fueron tan fuertes que sus dos manos tuvieron que
ser amputadas.
 
Fue luego de la operación cuando vi a todos los doctores salir llorando del
quirófano. Y fue ahí cuando lo oí, estaba sentado en la sala de espera y
entre llantos de niño escuchaba; "Papi, por favor, te prometo que me voy a
portar bien pero devolveme mis manitos".

lunes, 26 de marzo de 2012

Microrrelato


Por: José Antonio Martín 

“Cuento que me contó una vez mi hija Adriana fastidiada de que le pidiera un cuento: HABÍA UNA VEZ UN COLORÍN COLORADO.”

viernes, 23 de marzo de 2012

El enemigo

Por: Carlos Alvahuante

El día se extingue entre las columnas de humo que sirven de soporte al cielo. Emilio, sentado en un sillón de la sala, con una copa de coñac en una mano y un puro en la otra, espera. Falta una. La casa se estremece. Una lámpara cae del techo y se hace pedazos al estrellarse contra el piso. En la vitrina, las pocas figuras de porcelana que quedan cierran los ojos y dan un paso hacia adelante. Una lluvia de polvo se esparce por la sala y el comedor. Emilio se sacude el cabello y le da una fumada al puro. Alcanza a escuchar cómo el último bombardero se aleja, anónimo, llevándose consigo el misterio de su furia. Llega entonces un nuevo silencio, más tenso que el de los crujidos en la casa: el silencio de la derrota, el silencio de los muertos que gritan sepultados bajo los escombros. Emilio apura el coñac. Deja la copa en el suelo, apaga el puro y se pone de pie. Se dirige al piano. Lo rescata, como todas las noches, del polvo, de las piedras, de las cáscaras de pintura que intentan esconderlo. Lo abre. Se acomoda en el banco y empieza a tocar La ciudad dormida de Paul Delvaux. El viento recoge la melodía. La distribuye por las calles montado en su bicicleta. Las notas se cuelan por entre las ruinas como panfletos serpenteados. A la luz de una vela, Emilio toca. Las paredes se levantan como gigantes de roca. Los charcos de cristales se reagrupan y dan un salto hacia las ventanas. El asfalto sutura la dirección en los caminos. Emilio toca y la ciudad renace. Los incendios se apagan por sí solos en las construcciones. Los muertos toman aire, luego las armas y se atrincheran en las esquinas. Emilio toca durante toda la noche hasta que su frente cae dormida sobre las teclas del piano.

Los bombarderos, sorprendidos y rabiosos como todas las mañanas de los diez años que ha durado la guerra, vuelven a morder. Vuelven a despedazar los mismos edificios que han despedazado una innumerable cantidad de veces. Vuelven los tanques, los gruñidos, las ametralladoras. Los muertos, sin vida y por lo tanto sin la saña que dirige a sus adversarios, no pueden más que sufrir otra masacre.

El día se extingue entre las columnas de humo que sirven de soporte al cielo. Emilio, con la frente recargada en el piano, medita sobre la irrevocabilidad de las trombosis. Los mechones de canas forman un sudario que le cubre el rostro. Afuera, el viento se pasea silencioso por las calles. Los cadáveres descansan entre las ruinas a sabiendas de que su verdadero enemigo ha muerto.

La guerra, al fin, ha terminado.

jueves, 22 de marzo de 2012

La partida


Por: Franz Kafka

Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó:
-¿A dónde va el patrón?
-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta.
-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó.
- -repliquéte lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.

miércoles, 21 de marzo de 2012

El gordo y el flaco

Por: Anton Chejov

En una estación de ferrocarril de la línea Nikoláiev se encontraron dos amigos: uno, gordo; el otro, flaco.
El gordo, que acababa de comer en la estación, tenía los labios untados de mantequilla y le lucían como guindas maduras. Olía a Jere y a Fleure d'orange. El flaco acababa de bajar del tren e iba cargado de maletas, bultos y cajitas de cartón. Olía a jamón y a posos de café. Tras él asomaba una mujer delgaducha, de mentón alargado -su esposa-, y un colegial espigado que guiñaba un ojo -su hijo.

-¡Porfiri! -exclamó el gordo, al ver al flaco-. ¿Eres tú? ¡Mi querido amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte!

-¡Madre mía! -soltó el flaco, asombrado-. ¡Misha! ¡Mi amigo de la infancia! ¿De dónde sales?

Los amigos se besaron tres veces y se quedaron mirándose el uno al otro con los ojos llenos de lágrimas. Los dos estaban agradablemente asombrados.

-¡Amigo mío! -comenzó a decir el flaco después de haberse besado-. ¡Esto no me lo esperaba! ¡Vaya sorpresa! ¡A ver, deja que te mire bien! ¡Siempre tan buen mozo! ¡Siempre tan perfumado y elegante! ¡Ah, Señor! ¿Y qué ha sido de ti? ¿Eres rico? ¿Casado? Yo ya estoy casado, como ves... Ésta es mi mujer, Luisa, nacida Vanzenbach... luterana... Y éste es mi hijo, Nafanail, alumno de la tercera clase. ¡Nafania, este amigo mío es amigo de la infancia! ¡Estudiamos juntos en el gimnasio!

Nafanail reflexionó un poco y se quitó el gorro.

-¡Estudiamos juntos en el gimnasio! -prosiguió el flaco-. ¿Recuerdas el apodo que te pusieron? Te llamaban Eróstrato porque pegaste fuego a un libro de la escuela con un pitillo; a mí me llamaban Efial, porque me gustaba hacer de espía... Ja, ja... ¡Qué niños éramos! ¡No temas, Nafania! Acércate más ... Y ésta es mi mujer, nacida Vanzenbach... luterana.

Nafanail lo pensó un poco y se escondió tras la espalda de su padre.

-Bueno, bueno. ¿Y qué tal vives, amigazo? -preguntó el gordo mirando entusiasmado a su amigo-. Estarás metido en algún ministerio, ¿no? ¿En cuál? ¿Ya has hecho carrera?

-¡Soy funcionario, querido amigo! Soy asesor colegiado hace ya más de un año y tengo la cruz de San Estanislao. El sueldo es pequeño... pero ¡allá penas! Mi mujer da lecciones de música, yo fabrico por mi cuenta pitilleras de madera... ¡Son unas pitilleras estupendas! Las vendo a rublo la pieza. Si alquien me toma diez o más, le hago un descuento, ¿comprendes? Bien que mal, vamos tirando. He servido en un ministerio, ¿sabes?, y ahora he sido trasladado aquí como jefe de oficina por el mismo departamento... Ahora prestaré mis servicios aquí. Y tú ¿qué tal? A lo mejor ya eres consejero de Estado, ¿no?

-No, querido, sube un poco más alto -contestó el gordo-. He llegado ya a consejero privado... Tanto dos estrellas.

Súbitamente el flaco se puso pálido, se quedó de una pieza; pero en seguida torció el rostro en todas direcciones con la más amplia de las sonrisas; parecía que de sus ojos y de su cara saltaban chispas. Se contrajo, se encorvó, se empequeñeció... Maletas, bultos y paquetes se le empequeñecieron, se le arrugaron... El largo mentón de la esposa se hizo aún más largo; Nafanail se estiró y se abrochó todos los botones de la guerrera...

-Yo, Excelencia... ¡Estoy muy contento, Excelencia! ¡Un amigo, por así decirlo, de la infancia, y de pronto convertido en tan alto dignatario!¡Ji, ji!

-¡Basta, hombre! -repuso el gordo, arrugando la frente-. ¿A qué viene este tono? Tú y yo somos amigos de la infancia. ¿A qué viene este tono? Tú y yo somos amigos de la infancia, ¿a qué me vienes ahora con zarandajos y ceremonias?

-¡Por favor!... ¡Cómo quiere usted...! -replicó el flaco, encogiéndose todavía más, con risa de conejo-. La benevolente atención de Su Excelencia, mi hijo Nafanail... mi esposa Luisa, luterana, en cierto modo...

El gordo quiso replicar, pero en el rostro del flaco era tanta la expresión de deferencia, de dulzura y de respetuosa acidez, que el consejero privado sintió náuseas. Se apartó un poco del flaco y le tendió la mano para despedirse.

El flaco estrechó tres dedos, inclinó todo el espinazo y se rió como un chino: "¡Ji, ji, ji!" La esposa se sonrió.

Nafanail dio un taconazo y dejó caer la gorra. Los tres estaban agradablemente estupefactos.

martes, 20 de marzo de 2012

El Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio

Por: Augusto Monterroso 


Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió muchísimo. 

lunes, 19 de marzo de 2012

El

Por: Mireya Torres

El me despierta en la mañana, él me ama, se preocupa de mi, me cuida, me
alimenta, me mima. Si él no estuviera qué sería de mí? Mi vida no tendría
sentido, pasaría eternamente arrullada por él. Cuando me acaricia se eriza
mi piel, todos mis sentidos se abren y yo me dejo llevar por su amor, me besa,
me acaricia, me cuida, me controla, entonces yo lo amo locamente. Pero él
es humano y yo sólo soy una gata.

viernes, 16 de marzo de 2012

jueves, 15 de marzo de 2012

Realidad

Por: Fabián Rodríguez Galleguillos

Después de haber ganado un mundial de fútbol, llegar en primer lugar en una carrera de automóviles, ser el mejor bailarín, ganar una batalla en una misión de guerra y haber rescatado al mundo de un ataque extraterrestre, Juan se retira de los Juegos Electrónicos Diana para cumplir con sus papeleos del trabajo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Instrucciones para dar cuerda al reloj


Por: Julio Cortázar 

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos 
dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan. 

¿Qué más quiere, qué más quiere? Atelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.

martes, 13 de marzo de 2012

El último deseo

Por: Emanuel Sebastian Horacio

Tuvo una vida plena. Tuvo cuatro hijos y una esposa que le dieron todo el amor posible.
Siempre vivió como quiso vivir, y cuando no pudo hacerlo nunca se resigno y lucho para encontrar su felicidad. Pero estaba a punto de morir y todos se sorprendieron por el espejo que pidió como ultimo deseo.
Entonces fue cuando luego de entregárselo le preguntaron para que lo quería, y les dijo:
- Es que le quiero sonreír a la muerte.

lunes, 12 de marzo de 2012

Del tiempo a tres voces

Por: Nelson Gómez León


Antes de morir, papá me regaló su reloj. Pasaron los años, y ahora mi hijo ve la hora de su abuelo.

viernes, 9 de marzo de 2012

Cuento nocturno

Por: Julio César Parissi
 
A lo lejos se escucharon doce campanadas. Arriba, la luna se distraía mirando las nubecitas negras que pasaban a su lado. Abajo, entre las lápidas, dos espectros hablaban entre sí.
—No me vas a creer, pero tuve un sueño —dijo uno de los fantasmas. El otro lo miró con sus ojos muertos inundados de incredulidad. De su boca salió un suspiro.
—No puede ser —dijo lanzando un aliento de ataúd apolillado.
—Soñé, te lo juro. Ayer al mediodía, en el panteón. Soñé.
—¿Qué soñaste?
—Soñé que estaba vivo, y no sé por qué soñé eso. ¿Serán nostalgias de mi otra vida?
—No, no creo —dijo el otro cadáver, y agregó, espantado—: Temo que sea una premonición.

jueves, 8 de marzo de 2012

La llave de Nasrudín

Por: Eugenio García González

Cuentan que un día estaba el mulá Nasrudín en la calle, a cuatro patas, buscando algo, cuando se le acercó un amigo y le preguntó:

- "Mulá, ¿qué buscas?"

Y él le respondió:

- "Perdí mi llave."

- "¡Oh, Mulá, qué terrible!... Te ayudaré a encontrarla."

Se arrodilló y luego preguntó:

- "¿Dónde la perdiste?"

- "En mi casa."

- "Entonces, ¿por qué la buscas aquí afuera?"
- "Porque aquí hay más luz."

miércoles, 7 de marzo de 2012

Amor 77



Por: Julio Cortázar

“Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.”

martes, 6 de marzo de 2012

Un milagro


Por: Llorenç Villalonga

Le habían asegurado que la Sagrada Imagen retornaría el movimiento al brazo paralizado y la señora tenía mucha fe. ¡Lo que consigue la fe! La señora entró temblando en la misteriosa cueva y fue tan intensa su emoción que enmudeció para siempre. Del brazo no curó porque era incurable.

lunes, 5 de marzo de 2012

Crítico de fe

Por: Nelson Gomez de León

Después que Moisés recibió las Tablas de la Ley, Aarón descubrió varias
faltas de ortografía y guardó un respetuoso silencio.

viernes, 2 de marzo de 2012

Promesa

Por: Ximena Cancino Cifuentes

A los dos les gustaba visitar las capillas, iglesias y catedrales.

En varias oportunidades se encontraron con misas, bautizos, casamientos y funerales. El siempre le decía: “si yo muero antes, no quiero que uses luto el día de mi funeral, quiero que te vean realmente como eres”.

Pasaron los años. El contrajo una enfermedad que terminó rápidamente con su vida. El día había llegado, era el momento para cumplir lo que tantas veces prometió. Detrás del ataúd ella avanza, lentamente por el campo santo completamente desnuda.

jueves, 1 de marzo de 2012

La búsqueda

Por: Gabriel Degi

Ya no podía seguir haciendo oídos sordos a los comentarios de la gente, aunque la mayoria de ello carecían de importancia. Sería tonto continuar aparentando no querer oír cuando en verdad no podía oír.

Decidió entonces emprender la búsqueda de sus preciadas orejas, perdidas seguramente en una de esas noches de desajuste y ebriedad.

En la ardua empresa por caminos entreverados, por parajes lúgubres, que la luz del día los tornaba novedosos, halló en su afán de recuperar lo perdido, una carnosa boca que profería palabras varias y atropelladas.

La tomó. La usó.

Ahora todo era distinto. Ya no necesitaba oír ni hacer oídos sordos, pues esa boca que había adquirido se encargaba de no dar tiempo para que otro pudiese replicar, comentar, y aún menos preguntar. A través de ella lo decía todo.

Una noche fue invitado a una reunión y comenzó a monologar frente a un eventual interlocutor.
-Pocos disfrutamos, mi querido amigo, del beneficio de hablar lo suficiente para decir lo necesario. 

Creo que no me entiende verdad, comprendo. No es para todos.

El interlocutor lo dejaba hablar mirándolo condescendientemente,
-Qué puede decírsele a una persona como yo que todo lo dice. Ya no hay novedades para mí. –proseguía satisfecho

En un momento el hombre que oía asintió con la cabeza, quitó la mirada de él y se retiró con paso ligero, como obedeciendo algo apremiante. Cuando estaba lejos, una araña que pendía del centro del salón, se precipitó sobre la espalda del locuaz invitado.

Agonizaba. Echó una débil mirada a la distancia, e identifico borroso, como yéndosele de las manos, a aquel hombre que se alejaba firme, elegante, y portando en sus costados las que en un tiempo fueron sus orejas.