lunes, 30 de abril de 2012

El caballo, el buey, el perro y el hombre


Por: Esopo

Cuando Zeus creó al hombre, sólo le concedió unos pocos años de vida. Pero el hombre, poniendo a funcionar su inteligencia, al llegar el invierno edificó una casa y habitó en ella.

Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le pidió que le diera abrigo.

El hombre le dijo que sólo lo haría con una condición: que le cediera una parte de los años que le correspondían. El caballo aceptó.

Poco después se presentó el buey, que tampoco podía sufrir el mal tiempo. El hombre le contestó lo mismo: que lo admitiría si le daba cierto número de sus años. El buey cedió una parte y quedó admitido.

Por fin, llegó el perro, también muriéndose de frío, y cediendo una parte de su tiempo de vida, obtuvo su refugio.

Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, se vuelven irascibles y malhumorados.

Cuatro son las etapas del hombre: niñez, juventud, madurez y vejez.

viernes, 27 de abril de 2012

Felino

Por: Carolina Soto Valenzuela

Lo diviso entre la multitud; sin duda sobresale de la masa homogenea que por
esa hora circula en el centro.

Hacemos contacto visual mientras esperamos que cambie el semáforo; él está
en la vereda de enfrente. Me mira de pie a cabeza, me sonrojo. Su andar
felino me hipnotiza, me aturde.Camina sigiloso. Quedamos frente a frente, yo
inmovil, el habil como un gato toma mi cartera y se escabulle entre la
gente.

jueves, 26 de abril de 2012

Sueño de la mariposa

Por: Chuang Tzu


Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu. 

miércoles, 25 de abril de 2012

Nube

Por: Augusto Monterros

La nube de verano es pasajera, así como las grandes pasiones son nubes de verano, o de invierno, según el caso.

martes, 24 de abril de 2012

El cerdito

Por: Juan Carlos Onetti (Uruguay)


La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que daba a un pequeño jardín parduzco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de agua en los temporales de invierno.

Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus casas o de sus aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres; eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras; ella los descubría en Emilio o Guido. Pero no trascurría ninguna tarde sin haber reproducido algún gesto, algún ademán de nieto.

Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los panques que envolvían dulce de membrillo.

Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, por que había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las tres siluetas que habían trepados los escalones.

Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía pero los miraba comer con una sonrisa inmóvil; para aquella tarde, después de observar mucho para no equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando el nieto mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimientos de las manos.

Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de su cocina.

Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:

-Dale otro golpe. Por si las dudas.

Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.

viernes, 20 de abril de 2012

La Herencia

Por: Mónica Volpini


Un día mi padre me llevó hasta la cima de un monte muy alto, y desde allí fue señalando los campos sembrados, la casa y el valle:
- Algún día...Todo esto será tuyo.


Volvimos en silencio. Me rebelé en contra de tan generosa entrega porque sabía lo que debería ocurrir. Bajando la cabeza, le rogué a Dios que me ayudara a entender. Y los años pasaron...Antes de ayer murió. Sin prisa y sin calma, como había pasado toda su vida de trabajo y esfuerzos. Entonces levanté a mi hijo de la cuna y corrí hasta el mismo lugar...- Esta es tu herencia, hijo mío.

jueves, 19 de abril de 2012

El sapo

Por: Juan José Arreola 


Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.

Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.

Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

miércoles, 18 de abril de 2012

Mala Suerte


Por: Anton Chejov 

Ilia Sergeich Peplov y su mujer, Cleopatra Petrovna, escuchaban junto a la puerta con gran ansiedad. Al otro lado, en la pequeña sala, se desarrollaba, al parecer, una escena de declaración amorosa. Su hija Nataschenka se prometía en aquel momento con el profesor de la Escuela Provincial, Schupkin.
-Parece que pica -murmuraba Peplov, temblando de impaciencia y frotándose las manos-. Mira, Petrovna... Tan pronto como empiecen a hablar de sentimientos, descuelgas la imagen de la pared y entramos a bendecirlos... Quedarán cogidos. La bendición con la imagen es sagrada e irrevocable... Ni aunque acuda al juzgado podrá ya volverse atrás.
Al otro lado de la puerta estaba entablado el siguiente diálogo:
-¡Nada de su carácter!... -decía Schupkin, frotando una cerilla en sus pantalones a cuadros para encenderla-. Le aseguro que yo no fui quien escribió las cartas.
-¡Vamos, no diga!... ¡Como si no conociera yo su letra! -reía la damisela lanzando grititos amanerados y mirándose al espejo a cada momento-. La reconocí en seguida. ¡Y qué cosa tan rara!... ¡Usted, profesor de caligrafía y haciendo esos garrapatos!... ¿Cómo va usted a enseñar a escribir a otros si escribe usted tan mal?...
-¡Jum!... Eso no significa nada, señorita. En el estudio de la caligrafía lo principal no es la clase de letra..., lo principal es mantener sujetos a los alumnos. A uno se le pega con la regla en la cabeza..., a otro se le pone de rodillas... ¡Pero la escritura! ¡Pchs!... ¡Eso es lo de menos!... Nekrasov era un escritor y daba vergüenza ver cómo escribía. En sus obras completas viene una muestra, ¡qué muestra!, de su caligrafía.
-Sí..., pero aquel era Nekrasov, y usted es usted... -un suspiro-. ¡A mí me hubiera encantado casarme con un escritor! ¡Se hubiera pasado el tiempo haciéndome versos!
-También yo puedo hacerle versos si lo desea.
-¿Y sobre qué sabe usted escribir?
-Sobre el amor..., sobre los sentimientos.... ¡Sobre sus ojos!... Cuando los lea usted se quedará asombrada. ¡Le harán verter lágrimas! Dígame: ¿si yo le escribiera unos versos llenos de poesía me daría a besar su manecita?
-¡Vaya una tontería!... ¡Ahora mismo si quiere! Bésela.
Schupkin se levantó de un brinco y con ojos que parecían prontos a saltársele apretó sus labios sobre la mano gordezuela que olía a jabón de huevo.
-¡Descuelga la imagen! -dijo apresuradamente Peplov, dando un codazo a su mujer, palideciendo de emoción y abrochándose los botones de la chaqueta-. ¡Anda, vamos! -y sin perder un segundo abrió la puerta de par en par-. ¡Hijos! -balbució, alzando las manos y con lágrimas en los ojos-. ¡Que el Señor los bendiga! ¡Hijos míos!... ¡Vivan! ¡Sean fructíferos y multiplíquense!...
-¡Yo!... ¡También yo los bendigo! -dijo la madre, llorando de felicidad-. ¡Sean dichosos, queridos míos! ¡Oh!... -prosiguió, dirigiéndose a Schupkin-. ¡Me arrebata usted mi único tesoro!... ¡Quiera a mi hija! ¡Mímela!...
La boca de Schupkin se abrió de asombro y de susto. El asalto de los padres había sido tan inesperado y tan atrevido que no podía pronunciar una sola palabra.
«Me han cogido... Me han cogido... -pensó, preso de espanto-. Te ha llegado el fin, hermano... Ya no te escaparás...» Y sumisamente presentó su cabeza, como diciendo: «¡Tómenla..., estoy vencido!»
-¡Los... ben.., bendigo... -prosiguió el padre; y empezó a llorar también-. ¡Natascheñka!... ¡Hija mía!... ¡Ponte a su lado!... ¡Petrovna, trae la imagen!
Pero en aquel momento el llanto del padre cesó y su rostro se alteró con furia.
-¡Zoquete!... ¡Cabeza huera! -dijo, dirigiéndose con enfado a su mujer-. ¿Es ésta acaso la imagen?...
-¡Ay, Dios mío!... ¡Virgen Santísima!...
¿Qué había ocurrido?... El profesor de caligrafía levantó temerosamente los ojos y se vio salvado. En su precipitación, la madre había descolgado equivocadamente de la pared el retrato del literato Lajechnikov. El viejo Peplov y su esposa Cleopatra, con él entre las manos, no sabían en su azoramiento qué hacer ni qué decir. El profesor de caligrafía aprovechó el momento de confusión y huyó.

martes, 17 de abril de 2012

Un obispo en el atolladero

Por: Marqués de Sade
 
Resulta bastante curiosa la idea que algunas personas piadosas tienen de las blasfemias. Creen que ciertas letras del alfabeto, ordenadas de una forma o de otra, pueden, en uno de esos sentidos, lo mismo agradar infinitamente al Eterno como, dispuestas en otro, ultrajarle de la forma más horrible, y sin lugar a dudas ese es uno de los más arraigados prejuicios que ofuscan a la gente devota.

A la categoría de las personas escrupulosas en lo que respecta a las "b" y a las "f" pertenecía un anciano obispo de Mirepoix, que a comienzos de este siglo pasaba por ser un santo. Cuando un día iba a ver al obispo de Pamiers, su carroza se atascó en los horribles caminos que separan esas dos ciudades: por más que lo intentaron los caballos no podían hacer más.

-Monseñor -exclamó al fin el cochero, a punto de estallar-, mientras permanezcas ahí mis caballos no podrán dar un paso.

-¿Y por qué no? -contestó el obispo.

-Porque es absolutamente necesario que yo suelte una blasfemia y Vuestra Ilustrísima se opone a ello; así, pues, haremos noche aquí si no me lo permite.

-Bueno, bueno -contestó el obispo, zalamero, santiguándose-, blasfema, pues, hijo mío, pero lo menos posible.

El cochero blasfema, los caballos arrancan, monseñor sube de nuevo... y llegan sin novedad.

lunes, 16 de abril de 2012

Te conozco, Mascarita

Por: Augusto Monterroso

El humor y la timidez generalmente se dan juntos. Tú no eres una excepción. El humor es una máscara y la timidez es otra. No dejes que te quiten las dos al mismo tiempo.

viernes, 13 de abril de 2012

Amor Eterno

Por: Bruno Aceves

Al otro lado del vagón estaba una niña con ojos grandes; con toda el alma y el dedo meñique, intentaba sacarse un moco: ahí estaba posada, negra, la mirada de él. Ahora sí se había metido, junto con su bocota, en una de locos.

Un frenón los obligó a juntarse, pero las miradas hicieron lo posible por no moverse ni un milímetro; por lo menos, el triunfo de la niña fue de utilidad para él. Verde -dijo-, la pobre está medio enferma.

-¿Cómo? ¿Qué? -preguntó ella, dispuesta a decir "azul" si fuese necesario. No, nada - dijo él, sin voltear a mirarla. Se hizo un rumor, consecuencia del frenazo seguido del acelerón. Pensó que había fallado a la regla número once, la del fuera de lugar, donde claramente se expone que una mamá, como pertenece al mundo, siempre está en casa y que el lugar que habite se convierte siempre en suyo. Disculpe, disculpe. No hay cuidado. El hecho de que no fuese la propia madre, además, la hacía más perfecta que la divina trinidad: su casa, entonces, era de ella, y su esposa había pasado a ser hija más bien y más más que bien, hija propiedad con una vida propiedad. Disculpe, disculpe. No hay cuidado. Otra regla de oro, y aprendida desde la primaria: con las mamás no te metas. Y lo hizo, pero hasta dentro: no sólo había insinuado que su madre era algo parecido a una carga, sino que no era bien recibida y que no era ni amable ni bonita. Se abrieron las puertas, y el vagón duplicó su población en treinta segundos. Ella pensó que estaban más cerca, pero a la vez taaaan distantes, y que si pudiera haría una película con la historia de su vida. No se le ocurrió ningún título, pero tampoco le importó. Recordó a mamá, a quien ese que casi la estaba pisando había insultado agarrándose para ridiculizarla de unos cuantos e inofensivos kilitos de más.

jueves, 12 de abril de 2012

Una pequeña fábula

Por: Franz Kafka 



¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato... y se lo comió.

miércoles, 11 de abril de 2012

La colección

Por: Anton Chejov

Hace días pasé a ver a mi amigo, el periodista Misha Kovrov1. Estaba sentado en su diván, se limpiaba las uñas y tomaba té. Me ofreció un vaso.

-Yo sin pan no tomo -dije-. ¡Vamos por el pan!

-¡Por nada! A un enemigo, dígnate, lo convido con pan, pero a un amigo nunca.

-Es extraño... ¿Por qué, pues?

-Y mira por qué... ¡Ven acá!

Misha me llevó a la mesa y extrajo una gaveta:

-¡Mira!

Yo miré en la gaveta y no vi definitivamente nada.

-No veo nada... Unos trastos... Unos clavos, trapitos, colitas...

-¡Y precisamente eso, pues y mira! ¡Diez años hace que reúno estos trapitos, cuerditas y clavitos! Una colección memorable.

Y Misha apiló en sus manos todos los trastes y los vertió sobre una hoja de periódico.

-¿Ves este cerillo quemado? -dijo, mostrándome un ordinario, ligeramente carbonizado cerillo-. Este es un cerillo interesante. El año pasado lo encontré en una rosca, comprada en la panadería de Sevastianov. Casi me atraganté. Mi esposa, gracias, estaba en casa y me golpeó por la espalda, si no se me hubiera quedado en la garganta este cerillo. ¿Ves esta uña? Hace tres años fue encontrada en un bizcocho, comprado en la panadería de Filippov. El bizcocho, como ves, estaba sin manos, sin pies, pero con uñas. ¡El juego de la naturaleza! Este trapito verde hace cinco años habitaba en un salchichón, comprado en uno de los mejores almacenes moscovitas. Esa cucaracha reseca se bañaba alguna vez en una sopa, que yo tomé en el bufete de una estación ferroviaria, y este clavo en una albóndiga, en la misma estación. Esta colita de rata y pedacito de cordobán fueron encontrados ambos en un mismo pan de Filippov. El boquerón, del que quedan ahora sólo las espinas, mi esposa lo encontró en una torta, que le fue obsequiada el día del santo. Esta fiera, llamada chinche, me fue obsequiada en una jarra de cerveza en un tugurio alemán... Y ahí, ese pedacito de guano casi no me lo tragué, comiéndome una empanada en una taberna... Y por el estilo, querido.

-¡Admirable colección!

-Sí. Pesa libra y media, sin contar todo lo que yo, por descuido, alcancé a tragarme y digerir. Y me he tragado yo, probablemente, unas cinco, seis libras...

Misha tomó con cuidado la hoja de periódico, contempló por un minuto la colección y la vertió de vuelta en la gaveta. Yo tomé en la mano el vaso, empecé a tomar té, pero ya no rogué mandar por el pan.

1. "M. Kovrov", pseudónimo con que Chejov firma sus artículos en El espectador, a principios de 1883.

martes, 10 de abril de 2012

Topos

Por: Juan José Arreola


Después de una larga experiencia, los agricultores llegaron a la conclusión de que la única arma eficaz contra el topo es el agujero. Hay que atrapar al enemigo en su propio sistema.
En la lucha contra el topo se usan ahora unos agujeros que alcanzan el centro volcánico de la tierra. Los topos caen en ellos por docenas y no hace falta decir que mueren irremisiblemente carbonizados.
Tales agujeros tienen una apariencia inocente. Los topos, cortos de vista, los confunden con facilidad. Más bien se diría que los prefieren, guiados por una profunda atracción. Se les ve dirigirse en fila solemne hacia la muerte espantosa, que pone a sus intrincadas costumbres un desenlace vertical.
Recientemente se ha demostrado que basta un agujero definitivo por cada seis hectáreas de terreno invadido.

lunes, 9 de abril de 2012

Tiempo de olvido

Por: Jorge Biggs

Salí de casa pensando que era verano pero a las dos cuadras me envolvió un frío intolerable. ¿Estaba en el sur de Chile, o en Europa, o en Alejandría? Me refugié debajo de una cornisa que asomaba de un edificio añoso y sopesé mis alternativas: podía volver por mi impermeable, o bien correr hasta la estación del Metro. Opté por lo segundo. Al enfrentar la escalera de la estación Santa Lucía, sentí una mano sobre mi hombro y una voz que me decía: “Abuelo, ¡otra vez desnudo y con este frío! Venga conmigo a casa, se lo pido por favor.

martes, 3 de abril de 2012

Vela en este entierro-7

Por: Roger Wolf
 
He reducido la medicación antidepresiva.
        Tengo pensado eliminarla por completo.
        Y por qué —se me dirá—, si te estaba sirviendo de muleta.
        Ésa es justamente la cuestión.
        El dolor.
        Se me estaba olvidando el dolor.

lunes, 2 de abril de 2012

Imagínese

Ana María Shua 

En la oscuridad, un montón de ropa sobre una silla puede parecer, por ejemplo, un pequeño dinosaurio en celo. Imagínese, entonces, por deducción y analogía, lo que puede parecer en la oscuridad el pequeño dinosaurio en celo que duerme en mi habitación.