Por: René Avilés Fabila
Como no quisieron pagarle sus servicios, el flautista, furioso, decidió
vengarse raptando a los niños de aquel ingrato pueblo. Los conduciría por
espesos bosques y altas montañas para finalmente despeñarlos en un precipicio.
Sus padres jamás volverían a verlos. Para ello no era suficiente su flauta
mágica, sino algo más poderoso. Optó, entonces, por prender el aparato
televisor: los niños encantados lo siguieron hacia su perdición.
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