Las manos le tiemblan al sacar la llave de la cartera.
El llamado la había descolocado
completamente. Oscar, su marido, no podía estar engañándola mientras ella
ganaba el dinero necesario para pagar la hipoteca. “Lo vi entrar, y a los pocos
minutos vi entrar a una mujer”, le había advertido su vecina y amiga.
Sus manos torpemente buscan la cerradura en
el más absoluto silencio. Quiere sorprenderlo allí, en el momento justo. Sabe
que el más mínimo ruido la pondría en evidencia.
La llamada no pudo ser más oportuna, ya que
en ausencia de su jefe -de viaje de negocios en Londres- ella podía ir y venir
a su antojo, sin que nadie la controlase. Aprovechó el primer taxi que pasó por
la avenida y casi balbuceando le indicó el destino al conductor. El tránsito
jugó a su favor, y en pocos minutos estaba frente a su departamento,
maldiciendo a su marido en el silencio de la quietud previa a la tormenta…
Media vuelta de llave… Y la puerta cede
levemente. Puede percibir el perfume de mujer del otro lado, invadiendo sus
pulmones. “Ni siquiera se tomaron el trabajo de cerrar con llave”, piensa.
Mientras respondía con silencio al inútil
intento del chofer del taxi de comenzar una charla, planificó cuidadosamente su
accionar al sorprender al infractor. ¿Quién sería la destructora de su paz y
armonía? ¿Justo ahora viene a pasar esto? ¿Justo ahora que ,en apenas dos días
más, debía alcanzar a su jefe en Inglaterra para colaborar con el lanzamiento
del producto a nivel mundial? Tres años de su vida tras este logro… Y Alan, su
jefe, la necesitaba con todas las energías enfocadas en esto.
Sigilosamente se descalza en la entrada para
no hacer ruido. Deja a un lado su cartera y tapado de piel. Ahora siente
desprecio por ese tapado. Se lo regaló Oscar la última navidad. Paso a paso se
dirige hacia la habitación. Siente ruidos… Una mujer está hablando…
Mientras subía el ascensor pensó dirigirse
primero a la cocina y tomar un cuchillo, pero la sangre nunca fue su punto
fuerte. Armas no tenía, a pesar de la insistencia de Oscar por adquirir una
como defensa personal. De todas maneras, creyó que lo mejor era descubrir la
infamia, superar el conflicto, y reunirse con su jefe con la entereza de una
Secretaria Ejecutiva de Dirección bien pagada. El resto, lo harían los mejores
abogados que el dinero pueda comprar. Oscar no estaba pasando un buen momento,
y tendría que ceder a todos sus caprichos.
La voz se hace más fuerte. Siente los jadeos
de Oscar. Su furia se vuelve incontenible, y como un huracán abre la puerta del
dormitorio.
La única persona que atiende su súbito
ingreso fue Paula, su hermana.
“Él me llamó desesperado, me dijo que había
hecho una locura!!!”. Dice Paula con visible consternación y lágrimas en los
ojos. Su rostro está desfigurado y sus ojos llenos de odio miran fijos a los de
su hermana. “¡¡¡¿Qué hiciste Liz?!!!”.
A su lado, está el cuerpo de Oscar. Sus manos
mezclan la sangre de sus venas abiertas con varias fotografías en las que se
observa a Liz y Alan besándose apasionadamente en el ingreso de un albergue
transitorio.
Londres tendrá que esperar…
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