Por: Arturo Guzmán Martínez | |
Ya lo sabía. O lo imaginaba. No tuve nada que decir, nada que responder. Me quedé callado siguiendo el trazo de las sombras difusas de los muebles, pensando. Había algo triste y sucio en nosotros, en ese instante.
Ella, con el rostro hacia la ventana, respiraba despacio, suspiraba ocasionalmente. Levanté la mano y con las yemas de los dedos le seguí moroso el perfil de la espalda. A veces la extrañaba.
- A veces te extraño -dije sin énfasis, arrepentido de que la frase sonara a humo.
Volvió la cabeza, un intento por descubrir la expresión en mis ojos pero estaba demasiado oscuro.
- No te creo -contestó- Tú no eres así -. Me conmovió la certidumbre impuesta a sus palabras. A mí también me hubiera gustado poder mirarla.
- No sé... Estos días te he extrañado.
- Jorge, te acabo de decir... Además, tú no eres así -repuso escudriñando la penumbra, persiguiendo algo.
- Sí. Olvídalo.
Me levanté a buscar los cigarros. El chasquido y la pequeña brasa tiñendo la imagen de mi cara en el espejo. Como un demonio. El cuarto olía a humedad. El baño apestaba. No sé por qué regresábamos ahí.
Fumé inmóvil al lado de la cómoda. Pretendía circunscribir la figura de su cuerpo confundida entre las sábanas y la ropa.
- ¿Qué haces? -preguntó.
- Nada. Fumando, mirándote.
- ¿Qué me ves? -súbitamente parecía divertida.
- Eres hermosa. Me gusta tu piel.
- Mentiroso. Está muy oscuro, ni siquiera alcanzas a verme.
Aplasté el cigarro contra el espejo y una lluvia fulgurante se desprendió de la colilla.
Regresé a la cama, me abrazó. Olisqueó mi cuello. Con la palma de la mano, apenas rozándola, distinguí la tersura y la humedad entre sus piernas. Reconociendo. Nos quedamos callados. Al fondo una mujer tarareaba acompañada del ruido monótono de una aspiradora, bocinazos delatando el enfado de la ciudad que no se despereza nunca, voces que hablaban un idioma de subtítulos y de nuevo el golpeteo monocorde de la lluvia sobre el vidrio de la ventana. Callados, dejando pasar el tiempo.
- ¿A qué hora tienes que irte? -pregunté.
Ella acercó su muñeca izquierda al rostro y enseguida la alejo entre parpadeos, tratando de enfocar las manecillas fosforescentes. Se incorporó intempestiva haciendo chillar las vísceras del colchón.
- ¡Ya es tardísimo! Vístete. Vámonos. -dijo poniéndose de pie, comenzando a revolver entre las sábanas para encontrar su ropa. Encendió el foco y se fue al baño. Escuché el repique de su orina cayendo sobre el agua y después la queja del grifo al girar.
- Sí soy así -susurré.
- ¿Qué? -preguntó desde atrás de la puerta.
- Nada.
- Pensé que habías hablado -contestó asomando la cabeza, mirándome aún tendido sobre la cama. - Apúrate, ya es muy tarde. ¡Por favor! -exigió quejosa.
Me levanté, me vestí también.
Antes de dejar el cuarto se acercó con los labios recién pintados y la mirada indescifrable, cerró los ojos y me besó. Mi boca estaba seca. Después se tocó los lóbulos, el cuello, las muñecas y palpó su bolsa asegurándose de no haber olvidado algo. Cerré la puerta detrás de ella. Bajamos la escalera, puse la llave sobre el mostrador y salimos del hotel sin hablar.
Caminamos juntos un par de cuadras en el mismo silencio, ella evitando los charcos, yo mojándome los zapatos. La llovizna comenzaba a humedecerle el cabello.
- Aquí está bien. Luis ya ha de estar esperándome. No nos vaya a ver -. Una gota ínfima pendía de sus pestañas. Volteaba la cabeza hacia la estación del metro, nerviosa. - Yo te llamo ¿sí?
- Bueno.
Todavía la observé un momento. Continuaba esquivando los charcos con precisión. Encendí un cigarro y comencé a andar en sentido contrario. Había algo triste y sucio. De pronto, detuve mis pasos apremiado, volví para buscarla pero ya se había perdido entre la gente. Olvidé preguntarle cuándo era su boda.
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viernes, 16 de diciembre de 2011
Algo triste y sucio
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