Micaela Valtierra escuchó hablar por primera
vez del general en una cena que su padre tuvo con empresarios textileros de la
región. Desde entonces tuvo el deseo de conocer al hombre que había puesto en el
gobierno del estado a su padrino don Próspero. El padre de Micaela era regidor
de Huamantla y ella pensaba que eso le permitiría hacer realidad su afán por
conocer al presidente. Seguro que sería fácil que don Porfirio visitara su
casa, e incluso se quedara a dormir ahí. En la reunión con gente importante,
ella aprovecharía para interpretar melodías que mejor le salían en el piano o
para mostrarle que sabía presentarse en francés. Pero a Micaela le enseñaron
después los verbos y conjugaciones, le empezaron a crecer los seños y el
general no venía. Acostada viendo el cielo pintado de azul turquesa y flores de
algodón, Micaela soñaba y luego se impacientaba por el arribo de aquel
personaje tan mentado. Sería cortés, amable con él, le mostraría los mantos que
bordaba a la Virgen de la Ciudad en oro,
le cantaría un aria de las que le había enseñado la señorita Castillo, la
maestra que iba lunes, miércoles y viernes a su casa. Varias fiestas de la
Virgen pasaron y con ellas docenas de mantos bordados con hilo de oro y el
presidente no se aparecía. A Micaela empezó a rondarla el hijo de los Leas y
don Porfirio no llegaba. Ya sabía que la ocasión para conocerlo no iba a
faltar: seguro se aparecería para inaugurar alguna cosa, para llevar a cabo un
acto protocolario o simplemente para visitar a don Próspero y sus amigos y
entonces Micaela le hablaría en su fluido francés, le interpretaría el par de
mazurcas y valses que le salían a la perfección y quizá le cantaría no solo un
aria sino una ópera completa, sin embargo, empezó aprender más óperas, italiano
e inglés y el presidente no venía.
Por
estar esperando a que Micaela se decidiera a darle el sí, el hijo de los Leal
se casó ya treintón con la hija de los Santillán. Miles de mantos de la Virgen
se acumularon en la cajonera de Micaela y el presidente no llegaba. Fue
entonces que le contaron que visitaría indudablemente la ciudad. En agosto iba
a pasar a Tlaxcala a ver al padrino de Micaela y luego vendría a visitar a unos
compadres hacendados que tenía por los rumbos de Huamantla para hablar de
negocios. La parada en casa de José Valtierra era indudable. Entonces ella se
preparó. Buscó su mejor vestido, practicó los pasos de polka y mazurca que le
habían enseñado, así como las partes de la soprano de las cinco óperas que
sabía. Eligió de los miles de mantos los que mejor le habían quedado y espero a
que el general viniera. Sin embargo, nació el hijo de Paco Leal, empezó a
caminar y el presidente no llegaba. Micaela tuvo que guardar algunos de los
mantos en un cuarto especial porque en su habitación ya no cabían.
Cuando
el hijo de los Leal empezó a caminar, Micaela se enteró que don Porfirio sí
había ido a Huamantla, de hecho, se había quedado en la casa de los Sotomayor,
la de portales frente al parque, pero Micaela no flaqueó, echada viendo el
cielo azul turquesa, siguió deseando conocer al presidente. Hizo más de cien
mantos para la Virgen, aprendió alemán y otras cinco óperas, ensayó otros pasos
y con menos pelo se acilaba esperando la llegada. No se enteró cuando Madero
quitó del poder al general. Micaela continuó con su deseo, encerrada en su
casa, con menos cabello y doscientos mil mantos bordados en oro doblados por
toda la casa.
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