viernes, 11 de noviembre de 2011

El ángel cuzqueño

Por David Coñomán Romero

Lo vi en la plaza, observaba con cara de asco a los turistas vestidos de safari,  esos que fotografían a las niñas Indias vendiendo gorros. Su mirada tenía un odio penoso. La Luna redonda iluminaba sus ojos, esos ojos de niños con penas de adulto. No me atreví a hablarle. Cuando me vio di vuelta la cara. Miré la catedral. Se acercó y me dijo “hola, tu pelo está largo”, le dije sí. Te esperaba hace un rato, continuó.

Lo conocí tiempo atrás. Eran momentos diferentes, éramos otros seres que se reían y emborrachaban sin saber nada, ahora nos emborrachábamos sabiendo que no sabemos nada. Me preguntó dónde quieres ir, le dije: donde no hayan mujeres, ni fotos, ni turistas, a ningún lado respondió riéndose. Te invito una chela. Sí. Mientras caminábamos, encontrábamos muchas Rubias tropezándose borrachas, algunas gritaban, todas tenían ropa de lana, de esa bordada en china enviadas a cada feria del tercer mundo. Recorrimos calles chiquitas, llenas de adoquines, mágicas piedras que gritaban en silencio. Piedras talladas de dolor y sufrimiento, lloraban la pérdida de la tierra. El cielo estaba despejado. En ocasiones, mi guía corría para mostrarme algún recuerdo de su infancia. El aire me afectaba, me faltaba. Las diminutas calles me llevaban a un laberinto de secretos. Sus ojos miraban a los míos. Se reían. Se querían. Existe una piedra de varios ángulos, dijo. No recuerdo cuantos. Yo lo miraba, él brillaba como las estrellas en el cielo. Le siguió un sí! Qué bueno! Gracias! Me dijo “aquí estudié”. Contó una serie de anécdotas escolares que con risas recordaron su infancia… no fue fácil… pero fue suya. No sé cuánto caminamos, ni cuánto nos reímos pero de pronto, como por arte de magia, nos encontramos en un lugar donde no habían mujeres, ni fotos, ni turistas. Estábamos en una de esas plazas negadas para los tours, de esas donde hay “gente común”. Me dijo: aquí, en esa pileta mojamos a un chico, todos estábamos borrachos - su risa era inocente- webón nos reímos tanto, hacía un frío- continuaba con su historia-.

La ropa de la gente del lugar no era como la de los catálogos, los colores no eran tan vivos, eran pequeñas personas caminando por calles, pero no por cualquier calle, eran sus calles. Terminé mi malta y comenzó a decirme que la Cuzqueña había salido elegida la mejor cerveza por no sé qué año consecutivo, le dije: deja de promocionarme Perú, no lo compraré, no tengo el dinero. Webón, me dijo. Aquí no es solo Laura en América y las polladas, esto es Perú, muchas personas, muchos tipos de personas, muchos colores. Dejó de hablar de un lugar, de un país, hablaba de una forma de ver el mundo. Lo abracé, quería abrigar lo que siente esta gente, eso de apreciar que son parte de un lugar, de estar tan contento con lo poco y mucho que tienen. Me abrazó con una ternura que me protegía, el niño era ahora yo, cobijado por la bondad de un ser que cree en algo. Basta de melodrama, dijo,  es de noche y tenemos que disfrutar.

Comenzamos a recorrer una seguidilla de locales, probando el pisco y cuánta cosa más. Me dijo que si decíamos que éramos turistas nos regalaban tragos, que incluso nos dejaban entrar gratis a los boliches. Qué increíble que una ciudad donde se promociona tanto lo nativo, discrimine a su gente pagando por entrar a sus tiendas. Bebimos hasta el desborde, bailamos y la gente nos hablaba en English, Deutsch, français y cuanto idioma raro, todos estaban extasiados. Claro, habían pagado miles de euros en ver a estos indiecitos vendiendo lanas en las calles. El ritmo de la música (nada andina) nos llevaba a un trance. De pronto, veo a al ángel llorando con el torso desnudo, estaba abrazado a un pilar con forma humana. Le pregunto qué pasa, me dice “esto… esto pasa!”, lo dejo un rato y trato de entender. No puedo. No sé. Le digo me voy (estaba muy borracho), me dice no. No es fácil ver a un ángel llorar…. las alas caídas, esas que hace un instante me elevaron hasta alturas que jamás pensé llegar, ahora se desplumaban al ritmo de esa música psicodélica. Me senté en un rincón e intenté pensar en lo que pasaba, todo era raro, habíamos dejado esa quimera de colores desteñidos por estas luces estridentes y dañinas, y ese ángel… ese ángel intentaba ocultarse con los mortales... su cuerpo semidesnudo recibía látigos de banalidades. Lo agarro y le digo nos vamos. Le paso la polera, lo abrigo con mi chaqueta y salimos. En la entrada había un grupo de excluidos que sacando unos cuantos soles intentaban integrarse a la sociedad. Les grita “no paguen webones, es pura mierda, pe”.

Caminé unas cuantas cuadras con un muerto que no miraba nada, que no sentía nada. Vomitó al costado de un camino, lo esperé. Lo miré. Nos sentamos. Este es mi mundo, me dijo, lleno de injusticias pero lo quiero… no las injusticias… sino mi mundo… Lo entendí, recién ahí lo entendí. Lo abracé, nos besamos, nos unimos, nos deseamos. El fuego nos retornó a antiguos tiempos, en que solo la pasión justificaba el camino. Lo justificó. Llegamos a los cielos más altos, nos sentamos con las estrellas, al lado de la luna. Miramos con otros ojos el mundo. Luego de un rato, la señora nocturna nos dijo: “es hora”. Lo abracé y mi cuerpo empezó a tiritar, no quería dejar a mi ángel, él con su cara perdida me dio un beso, de esos que no se encuentran en la tierra, tenía un suave perfume de amanecer. Caímos y caímos nuevamente a esta tierra injusta. Mi viaje había terminado. Conocí el otro Cuzco, el otro Perú, el otro Mundo. 

3 comentarios:

  1. "Este es mi mundo, me dijo, lleno de injusticias pero lo quiero… no las injusticias… sino mi mundo…" me encantó esta frase vichito!

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  2. Muchas frases en los cuentos nos han marcado, para que más personas se identifiquen con ellas, ayúdenos a difundir iRead Sala de Lectura por el Cono Sur. Desde México muchas gracias por sus comentarios y Vicho felicidades por tu cuento. Saludos

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